23 de octubre de 2008

Orlando Fals Borda: "PARA CREAR FUTURO: REFLEXIONES SOBRE GRUPOS ORIGINARIOS".

ENCUENTRO NACIONAL DE ESTUDIANTES DE SOCIOLOGÍA
Universidad del Atlántico
Barranquilla, octubre 5 de 2004

PARA CREAR FUTURO: REFLEXIONES SOBRE GRUPOS ORIGINARIOS.
ORLANDO FALS BORDA,
Fundación Nueva República, Bogotá.

Dedicado a la memoria de ALFREDO CORREA DE ANDREIS, inolvidable sociólogo del compromiso popular en nuestra tierra costeña.

Me atrajo el tema central de este Encuentro universitario: “Desde la diversidad, una propuesta para crear futuro”. Por eso vine, además de tener el placer de volver a ver a tantos colegas y amigos de mi ciudad. Me pareció justo que reflexionáramos juntos sobre lo que este tema pueda significar, no sólo en sociología, pero necesariamente colocándonos en nuestro propio marco profesional.

El tema escogido corre el riesgo de ser repetitivo, porque se ha discutido mil veces en los últimos tiempos desde el año catastrófico de 1948. Rara vez ha habido planteamientos nuevos sobre estas esperanzas, y ojalá lo de hoy no sea llover sobre mojado. Pero debemos intentarlo.
En mi caso personal, por diversas razones me decidí el año pasado a empaparme en doctrinas autogenéticas y prácticas regionales surgidas de nuestro entorno inmediato, como es el trópico y sin tenerle miedo, y quiero manifestarles que no me he arrepentido de ello. Frutos de este esfuerzo son tres publicaciones que me permito recomendarles: el libro “Ante la crisis del país: Ideas-acción para el cambio”, publicado por Panamericana y Ancora, la monografía “¿Por qué el socialismo ahora?” con los colegas Jorge Gantiva y Ricardo Sánchez del Partido Unidad Democrática, y la reedición del folleto “La superación del eurocentrismo” que redacté en compañía del eminente biólogo Luis Eduardo Mora Osejo (desafortunadamente muerto hace poco), publicado por la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Creo que estas publicaciones ayudan a satisfacer algunas de las preocupaciones a que lleva el tema de este Encuentro, además de lo que podamos discutir aquí.

La búsqueda de la identidad propia en el trópico.

Los conceptos con los que había venido trabajando en la Universidad Nacional y fuera de ella son bien conocidos y no voy a repetirlos sino de paso y al final de esta presentación. Pero la preocupación sobre un mejor futuro para nuestro país en la presente generación y las próximas, sigue siendo una constante. Sin embargo, ahora se trata de una escogencia de modelos y formas de vida quizás inéditos, por cuanto he visto correr vacías las propuestas desarrollistas provenientes de países dominantes. No se han adaptado bien a nuestro medio, cosa natural porque fueron concebidas para responder a problemas concretos de las sociedades norteñas con su propia historia y cultura.

Aquí en Colombia y, en general, en América Latina, no hemos sido suficientemente auténticos u originales al reaccionar ante nuestro propio contexto, lo que nos lleva a plantear alternativas más apropiadas. Una de ellas, la que he venido favoreciendo, se basa en retomar la estructura de valores sociales desde su génesis, esto es, los constituyentes del ethos de nuestros pueblos, y tratar de descubrir aquellos que sean congruentes con nuestras reales metas colectivas.
Esta premisa contextual nos lleva entonces al reconocimiento de elementos ideológicos y políticos de naturaleza estructural, ambiental e histórica que pueden servir como pegante ético entre los diversos componentes de nuestra sociedad. Dije “diversos” con toda intención, porque este adjetivo vuelve a ligarnos al tema general de este Encuentro y nos recuerda nuestros orígenes. Porque la diversidad sólo se forma en el tiempo y con el tiempo. No es fenómeno contemporáneo o discreto, sino un procesos constante que es parte de la vida, de allí su fuerza y su mérito. Toda diversidad, si es importante, tiene raíces profundas y antiguas que, por fortuna, no son fáciles de erradicar porque suministran la necesaria dinámica de la continuidad en las sociedades. Son elementos de sobrevivencia natural. Y aquella diversidad proveniente del Equinoccio es lo que nos distingue del resto del mundo y lo que nos da una gran ventaja humana y cultural, reconocida por Tirios y Troyanos. Fue aquella que descubrió Alejandro de Humboldt en 1799 cuando llegó a Santa Marta y expresó una excitación tal por nuestro trópico, que condicionó todo el resto de su vida y su trabajo científico. Una excitación que un siglo más tarde se repitió con la visita del socialista Eliseo Réclus, en cuya “Nueva geografía universal” hace la siguiente declaración: “Las montañas forman la República de Colombia, que debe su esplendor y su riqueza a las singulares mezclas de climas que ellas realizan dondequiera, permiten el cultivo de todos los vegetales útiles al hombre, conservan el vigor y la energía de la raza y dan al paisaje todas las bellezas imaginables”. ¡Precisamente lo contrario de lo que Laureano Gómez nos predicaba en sus conferencias de 1929, cuando transmitió sus complejos racistas y fascistas!
Mi consejo a las nuevas generaciones es, por lo tanto, volver por los fueros de nuestra diversidad tropical y enorgullecernos por esta tarea y de ser tropicales. En esto reside buena parte del éxito de la fórmula que ustedes plantean en este Encuentro. Porque crear futuro, en nuestras circunstancias reales, implica tomar en cuenta la rica diversidad original y profunda de donde partimos desde épocas antediluvianas, y reconocer y valorar un pasado armónico y convergente con las metas del cambio que queremos ahora. Parece que sólo hay que saber traer ese pasado al presente, sin caer en primitivismos, sin ser esquemáticos o ingenuos y reconociendo las fuerzas del cambio contemporáneo, pero sin someternos a ellas.



La búsqueda de un ethos no violento.

Se reclama nada menos que la reconstrucción de valores fundamentales de vida y sociedad con la no violencia, y reconformar el ethos de nuestros pueblos, que se ha venido deformando en guerras y apologías del individualismo agresivo del capital como señuelo de prosperidad y felicidad. En los grupos colombianos de intelectuales y políticos que mencioné atrás, pensamos que el pegante ideológico que necesitamos para reconstruir esta golpeada sociedad colombiana, y hacerlo con toda su diversidad y riqueza, tiene fundamentos en valores y actitudes de respetable origen, bases identificables con un socialismo autóctono o raizal de base ecológica, que viene desde las épocas precolombinas y del que es tiempo de volver a conocer, respetar y proclamar como una nueva utopía posible. Pienso en un nuevo agrarismo adelantado que, al corregir el anterior y el actual, siga reconociendo la vocación histórica de nuestros pueblos en el contexto geográfico que nos ha correspondido en el mundo.

Por supuesto, se trata de un socialismo distinto del que vimos en acción en Europa y otras partes en llave con el comunismo o con el mote de socialdemocracia (hoy centro-izquierda) durante los dos últimos siglos, con resultados debatibles El nuestro es congruente con las izquierdas democráticas (a secas) planteadas por el Senador Carlos Gaviria Díaz, que se fraguan como frente unido / amplio en Alternativa Democrática. Se trata, pues, de una fuente humanista propia que responde mejor a la idiosincrasia de nuestras gentes y a nuestra ecología tropical, porque de ellas proviene telúricamente, y porque refleja las características e impulsos orgánicos de nuestro común contexto sociogeográfico. Conforma las bases éticas de la diversidad andina grancolombiana por lo menos, en su unidad de integración.

¿Cuáles son esas raíces ancestrales del socialismo autóctono y agroecológico no violento a las que todavía podemos apelar en Colombia y con nuestros vecinos, si queremos defender nuestras identidades y encontrar vías propias para crear un futuro en paz con justicia social? Veámoslas: son las raíces representadas en vertientes populares originarias y y sus sistemas de sentimiento, conocimiento y reproducción material, cuyo ethos tradicional estuvo conformado por tradiciones de solidaridad y ayuda mutua, de preferencia a valores guerreristas o conflictivos que también existen en toda sociedad en relación dialéctica con sus opuestos de cooperación.

Propongo así estimular y privilegiar valores positivos que contribuyan, desde la niñez y las familias, y prosiguiendo con instituciones culturales, educativas y religiosas, para reconstruir el tejido social que se ha venido descomponiendo desde los años de la primera Violencia. No enfatizo el ethos violento que pudo alentar a sociedades bélicas de otras épocas y sitios, como Esparta y Japón. Me refiero a instituciones como las conocidas mingas y los trabajos rústicos en agricultura, silvicultura, pesca, minería y artesanía compartidas, y otras formas colectivas de vida rural, que permitan defender nuestros derechos, controles y riquezas sobre la diversidad mineral, forestal y biogenética y el cultivo de frutos y alimentos con que nuestro trópico es pródigo, hoy en demanda creciente en el mundo.

Como lo enseñaron Mariátegui y Arguedas en el Perú, estas actividades son constructivas de tejido social y han condicionado de manera positiva la vocación comunal y societal profunda de nuestros pueblos. Este ethos constructivo encuentra una concreción en zonas fronterizas o alejadas de nuestros países, que son pluriétnicas y multiculturales, pero también en muchas otras partes que van desde las selvas pluviales hasta los páramos del frailejón. Porque aquí ser tropical incluye desde el Amazonas y el Chocó hasta el Caribe, cubriendo todos los Andes con sus mesetas y valles.

Los grupos originarios y sus valores.

Según mis observaciones, hay cuatro de tales grupos originarios que se han venido mezclando en diversas formas, una de ellas la racial, creando la hermosa figura mestiza a la que José de Vasconcelos llamó la “raza cósmica”. Se han combinado también en aspectos de ciencia, técnica y cultura que han producido otros tipos de invenciones y descubrimientos que nos ayudan a concebir una mejor y más interesante sociedad para todos. Estos cuatro grupos claves para nuestro propósito reconstructor del tejido social hoy desleído, son los siguientes:

1. En primer lugar, los indígenas como matriz primaria y por su propia “ley de origen”, producto de una impresionante secuencia formativa que va desde Aztecas y Mayas, pasando por Caribes y Muiscas, Incas, Mapuches y Guaraníes, en una secuencia que es en toda forma comparable a la otra secuencia más promocionada, la del Mar Mediterráneo y el Cercano Oriente. De esta matriz podemos derivar, para nuestro ethos en reformación, los valores de solidaridad humana y cosmogonía que aún caracterizan a sus descendientes contemporáneos, que han sabido resistir los embates y codicias de la civilización occidental, y como lo vienen demostrando en estos días de acción popular auténtica ante los violentos abusos del régimen y de grupos armados.
2. En segundo lugar, los afrodescendientes cimarrones en sus increíbles palenques, que empezaron a construirse en nuestro país desde comienzos del siglo XVI, y que van desde las costas marinas por los valles interandinos hasta el Patía, y cuyos grandes epicentros hemisféricos están en el Brasil y en las Antillas donde preservaron también su mundo cultural y religioso del Africa Negra. De estos grupos podemos rescatar su gran sentido de libertad erguida y su incansable inventiva en situaciones de resistencia.

3. En tercer lugar, los campesinos y artesanos hispánicos que nos inundaron desde finales del siglo XVII, trayendo de España una valiente tradición antiseñorial basada en la expedición de “fueros populares” que debían ser obedecidos por reyes y nobles. Fueron los paisanos pobres y flexibles que inventaron cabildos, comunas y municipios transplantados aquí junto con su rebeldía, como estalló en 1781 en la Revolución de los Comuneros, en las revueltas comunales de Ayapel y Jegua en el San Jorge, y en la adopción del primer socialismo con Nieto en Cartagena y Melo en Bogotá, en el formidable año de 1854. De estos grupos humildes y productivos, pero poderosos, podemos retomar su alto sentido de la dignidad política y personal.
4. En cuarto lugar, los colonos de la expansión agrícola interna a partir del siglo XIX, cuyos focos fueron Antioquia y los Santanderes montañeros, junto con Boyacá, que fueron llenando con familias trabajadoras de inmenso espíritu público los intersticios dejados en los montes por poblamientos antiguos Fueron reconstruyendo sus formas de vida pacífica y de autodefensa, y por eso hicieron bien en huir del paso de los ejércitos bipartidistas enfrentados en guerras civiles. Los colonos, con buenas razones, querían ser libres de toda coyunda gubernativa. De ellos podemos resucitar para nuestro ethos agroecológico no violento, los valores de la autonomía y del autogobierno. Sobre este tópico nos siguen enseñando desde pueblos en paz como Mogotes y muchos otros hasta en territorios en guerra, como el Putumayo, aún con los restos de su descendencia hoy en parte descompuestos por paramilitares, ejército y policía, soldados campesinos, guerrillas, narcotraficantes e informantes que son las nuevas insignias del régimen policivo actual. Como los que llevaron a la muerte al profesor Correa aquí en Barranquilla.
Función positiva de los grupos originarios.

Todos estos grupos han aportado mucho a nuestros países equinocciales, a pesar de que han sido los más sufridos: despreciados como bárbaros por las clases aristocráticas eurocéntricas, explotados como siervos por latifundistas y gamonales diversos. Estos citadinos cómodos olvidaron que la gente del campo es la que ha pagado los costos del enriquecimiento urbano y de los desarrollos económicos nacionales. Pero como a los grupos originarios se les ha discriminado injustamente y se les ha dividido y deformado con actitudes contradictorias de la modernidad, como el individualismo y el espíritu competitivo del capital, aquéllos constituyen hoy la base más pobre, silenciada y atrasada de la estructura social.

Por lo mismo, alguno dirá que son las gentes más pasivas, la retaguardia del cambio social. Se equivocan no obstante, porque de casi todas las revoluciones de entidad que hemos tenido, por lo menos en Colombia, estos grupos originarios han sido vanguardias y apoyos eficaces de las luchas sociales. Así como son pacíficos, una vez afectados u hostigados por lo que sienten como injusticia o abuso, pueden articular bien las resistencias. Por lo tanto, concluyo que los indígenas, negros, campesinos-artesanos y colonos aludidos aquí, han sido pobres y explotados sólo en lo económico mas no como fuerza humana, cultural y política: allí están sus reservas.

Se vuelven entonces grandes y permanentes actores de la historia real, reproduc
tores del conocimiento práctico que todos necesitamos, y transmisores permanentes de valores sociales positivos para la concordia y la comunidad, que deben defender y perdurar en el nuevo ethos de la utopía posible. Hasta en las ciudades grandes a donde muchísimos compatriotas se han desplazado para salvar la vida, los grupos originarios han logrado defender su legado altruista y constructivo. Están esperando su turno en la historia, para que se les haga justicia.
De modo que nuestro papel como ciudadanos y como sociólogos comprometidos y participantes en los procesos con ellos, sería recolocarnos y apoyar sus luchas y aspiraciones, al entrar todos juntos a la etapa postcapitalista, postdesarrollista y postmoderna que nos corresponde. Todo ello sin perder los básicos valores ancestrales, sin dejarse alienar por la revolución informática o por las monoculturas del saber o por los espejismos del desarrollo económico.

Con el prefijo “post” en esta serie de imágenes futuristas no quiero indicar que nos movilizaríamos hacia un mundo robotizado global y homogéneo, mecánico o planificado al detalle por econometristas despistados, que más se asemejaría a la fatal granja de Orwell con su verticalismo totalitario. Como viene dicho, la utopía posible permitiría que las raíces originarias con los valores fundamentales en pro de vida y concordia (solidaridad, libertad, dignidad y autonomía) puedan retoñar con vigor y dar sus frutos en la nueva sociedad que nos merecemos. Sería otro más productivo y feliz “retorno al campo”, cuyo mal manejo, que debemos corregir allí mismo, está en el origen de la actual Violencia desatada.

El ethos enriquecido, como pegante ideológico de las izquierdas democráticas en el nuevo frente unido / amplio, llevaría a valorar otra vez la tierra, no como simple negocio explotador, sino también y preferiblemente como forma de vida. Sería un conjunto de actitudes que reflejen la realidad vibrante de nuestro país equinoccial, el de las legendarias diosas del pueblo rústico, como la fandanguera María Barilla de las vegas del Sinú, aquella realidad fabulosa que nos señaló Humboldt y confirmó Réclus como maravilla del universo.

Construcción de la nueva República.

Creo que este recorrido a través del pasado hacia el futuro es necesario para construir una patria socialista nueva e integradora, diversa y creativa, inspirada en valores sustanciales de defensa de la vida y de la naturaleza, y en ideales de progreso colectivo en la nueva República que ustedes habrán de reconstruir, ojalá pronto.

Hablando del ethos agroecológico no violento, quiero destacar el gran valor de identidad regional que ha tenido para nosotros en la Costa Atlántica. Pero esta estructura de valores humanos está ahora en grave peligro por las invasiones de violentos, de descompuestos y guerreristas que hemos sufrido desde los años de 1970. Por eso a mis coterráneos les pido no bajar la guardia y no dejarse atrapar por lo castrense y el falso patriotismo armado. Me asocio así a lo que repetidamente nos viene diciendo Armando Benedetti Jimeno en su columna peridística: que defendamos nuestra heredad histórica de paz, tolerancia y apertura democrática.

Para aliviar los desastres de hoy, entre otras maneras, proclamemos con orgullo que aquí todos somos cósmicos y tropicales, y aceptemos con alegría este desafío, como vivencia sustancial. Si también somos cuidadosos y originales, con las formas altruistas del conocimiento popular, la vida alterna y el trabajo productivo para todos que he sugerido, podremos crear futuro desde nuestra propia diversidad, y no colonizados por civilizaciones lejanas, y equilibrar las crisis del capitalismo global que nos están afectando.

Hay, pues, que aprovechar todavía más de aquel singular tesoro vernáculo propio, el del sol radiante, para que sigamos construyendo, aquí y ahora, un mundo mejor con las fórmulas de las izquierdas democráticas unidas, como una base política práctica y realista de valor estratégico.

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